A los perros se los besa, se los abraza, se los amasa.
Se les besa, acaricia, se les mira a los ojos y se les dice cuánto se los quiere.
Se los persigue, uno se deja perseguir, que te mordisqueen un poco el dedito, el talón, alpargata, pantalón.
Se los deja subir a la cama, y si no, que queden a los pies, cuidando nuestro sueño.
Se los respeta por su fidelidad, por su incondicionalidad y por esa perpetua espera a nuestra caricia.
Se los educa, se los alimenta, se los "veterinarea", pero nunca, NUNCA, se los maltrata.
Se los acompaña hasta el último segundo de su existencia, porque ellos hacen lo mismo con nosotros.
Y se respeta la muerte de un ser tan maravilloso, porque eso es lo que se hace con los compañeros incondicionales en la vida.
Fedra Cuestas Acosta